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ANNAPURNA: EL PRIMER OCHOMIL

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Después de la II Guerra Mundial, el mundo poco a poco volvía al orden. La era de las exploraciones, aunque en su mayor parte había pasado en la década de los 20, volvía a su esplendor. Una vez conquistados los Polos, las sociedades geográficas y los alpinistas fijaron su mirada en las montañas. Pero no en cualquier montaña, sino en las altas cimas del Himalaya, hasta ahora inexpugnables.

En 1950, el Club Alpinista Francés envió una expedición al Nepal con el objetivo de ser los primeros en conquistar un 8.000. Para ello puso al frente al veterano Maurice Herzog, junto con los experimentados Louis Lachenal, Lionel Terray y Gastón Rebbufat, entre otros. Con el juramento de “prometo sobre mi honor que obedeceré al líder de la expedición en todo lo que me ordene”, salieron hacia el Nepal.

Era principios de abril, y tenían hasta la llegada del monzón (calculaban que vendría el 5 de julio) para cumplir con su cometido. Las primeras semanas de abril las dedicaron a hacer acopio de víveres y conocer a los sherpas. Tras haberlo hecho, se dirigieron hacia el que era su primer objetivo, el Dhaulagiri, de 8.167 metros de altura. Sin embargo, este parecía imposible de escalar: el lado este se defendía con un glaciar roto y empinadas paredes; el lado norte tenía grietas profundas; y el lado sur tenía una cara más amable pero se tardaba demasiado en rodear el valle por el que se accedía a ella. Tras una larga serie de decisiones y ante la imposibilidad de abordar el Dhaulagiri, Herzog determinó que lo intentarían con el Annapurna. Era ya 14 de mayo.

Numerosos contratiempos dificultaron la marcha hacia la montaña y su posterior ascensión. El peligro de los aludes, las tormentas, el barro… Además de los síntomas que progresivamente sufrían estos hombres. Conforme iban ascendiendo más y más, el mal de la montaña se iba apoderando de ellos, así como la presencia de congelación en algunas partes del cuerpo. En la falda de la montaña establecieron varios campamentos, donde se iban quedando según iban cayendo los componentes de la expedición. Al final, en el campamento V, solo quedaron Herzog y Lachenal.

Ofuscados y superados por la montaña, su estado físico era lamentable. Apenas podían andar diez pasos antes de parar y tomar un respiro. Para ello tomaron Maxiton, una anfetamina por entonces frecuente en competiciones deportivas y usada durante la guerra, pero cuyos riesgos eran conocidos. Bajo los efectos de la droga, con escaso oxígeno y sujetándose el uno al otro, ambos montañeros recorrieron los últimos metros que les separaban de la cima. Casi sin darse cuenta, consiguieron derrotar al Annapurna.

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